Con la llegada de nuevas mentalidades a las direcciones de las empresas, cada vez se van instalando modernas y novedosas maneras de trabajar en las mismas. Al concepto de Open Spaces que esta misma semana volvía a reivindicar el profesor del IE Enrique Dans, se han unido todas las opciones de home office imaginables, horarios flexibles, centros de coworking, garajes, encuentros de profesionales, cafeterías, etc.
Los detractores
Y con ello aparecen sus detractores: Gente que sigue encontrando que la mejor manera de conseguir los resultados es vigilar a los profesionales como se hacía 100 años antes. Y es que con ese alejamiento de los centros de trabajo llega la dispersión de los colaboradores, y con ello nuevos retos de comunicación, nuevas maneras de medir, nuevas estructuras de reporte, nuevas organizaciones y repartos de las tareas,… Eso, y sólo eso es el principal obstáculo que ven muchas de las empresas con las que hablo para dar el necesario paso adelante. Muchos de los detractores lo son porque no encuentra las ventajas de deslocalizar las tareas corriendo el riesgo de perder el control sobre ellas, y otros porque supone cambiar lo que existe, aunque no funcione tan bien como ellos quisieran.
La mayor parte de las tareas que no están orientadas a ser la cara visible de la empresa en un lugar físico, se pueden deslocalizar. Ya hay interesantes iniciativas en Call Centers que han demostrado que desde casa se mejora la productividad, disminuyen las ausencias y se incrementa la satisfacción del operador. Ni que decir de las posiciones comerciales, o tareas administrativas, financieras, legales, o de procesos. Hoy sólo se trata de saber aprovechar la mejora que las tecnologías brindan a las comunicaciones, y cambiar la forma de medir, para darse cuenta del ahorro en espacio, energía, combustible, tiempo y con ello dinero, que tendrían las empresas.
Hace unos días preguntaba en una reunión en Buenos Aires cuánto tardaban las personas en ir a trabajar. El promedio fue de 1:30 horas… de ida, y lo mismo de vuelta. ¿Imaginan lo que dan de sí trabajando 15 horas a la semana pensando sólo en 5 días? Claro que eso es tiempo personal, y les pregunté si estarían dispuestos a “ceder la mitad” a la empresa a cambio de la comodidad de no tener que desplazarse cada día. La respuesta fue contundente: sí, claro. ¿La mitad de 15? Siete horas y media que cada una de esas diez personas “regalaría” a la empresa cada semana. Multiplicando sólo en este pequeño grupo 7,5 horas x 48 semanas x 10 personas = 3.600 horas. Para los amantes de la productividad, aquí tienen 90 semanas de trabajo de 40 horas. Como para pensarlo, ¿no?
El síndrome “De 9 a 6”
Pero resulta que con la aparición de estas nuevas formas de trabajar están apareciendo también nueva sensaciones que se producen en los colaboradores. Por ejemplo, pensar que está haciendo algo mal si sale a pasear al perro a media mañana, o se toma 10 minutos viendo un reportaje en la tele, o si se entretiene con un vecino en el garaje cuando vino de dejar a los niños en el colegio: “es tiempo de la empresa que estoy usando, estamos en horario de 9 a 6”.
Y es que son tantos años de medición de la productividad con lo que por acá llaman “hora nalga”, que no es fácil abstraerse de ello. Pero deben pensar que ese tiempo no es nada comparadas con los tiempos empleados en chismes, en cafés de pasillo, en conversaciones y reuniones interminables, en las muuuuuuultiples interrupciones que tenemos en un centro de trabajo…. Hace unos meses leí un estudio en el cual demostraron que las cosas importantes, las que requerían concentración, rigor y detalle, se hacían en todos los sitios imaginables menos en las oficinas. Curioso, ¿no? Como para pensárselo.
Cambiar duele, pero tiene sus beneficios. Muchos de nuestros clientes, con quienes trabajamos en esta parte de la gestión del cambio en las personas, lo experimentan como un proceso natural. Deshacer hábitos instalados es difícil. Implementar nuevos es todo un tema. Pero cuando se ven los resultados se comprueba que ha merecido la pena el esfuerzo.
Buena semana!
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